Casi siempre hace alusión a la automatización de espacios que ya son tendencia: control de ambientes a través de smartphones o comandos de voz (luces, música, aire acondicionado), accesos y seguros controlados remotamente, por mencionar los más comunes.

Sin embargo, el término Smart building va más allá: puede referirse a la retroalimentación, en tiempo real, de datos que enriquezcan la vida al interior del edificio; de igual forma, al hecho de aportar datos –sobre estilo de vida, por ejemplo- que sean valiosos para la toma de decisiones tanto de organizaciones tanto públicas como privadas, para contribuir a la calidad de vida de un entorno más grande (Smart cities).

Es decir, estos edificios pueden tomar en cuenta condiciones climáticas e información relacionada con los habitantes para adaptarse a las necesidades específicas de cada momento. Por otra parte, e idealmente con el consentimiento explícito de los habitantes), los edificios arrojan información útil para la toma de decisiones de otros desarrolladores o prestadores de servicios de la zona, por ejemplo, en material de seguridad, o cualquier necesidad que los sectores público y/o privado deban tomar en cuenta para afinar sus estrategias y satisfacer la demanda.

Este intercambio de información es posible y cada vez más común gracias a las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), así como del Internet de las Cosas (IoT, por sus siglas en inglés). Una aplicación delo anterior es el caso de algunas compañías mexicanas quienes se dedican al análisis de datos sobre estilo de vida de habitantes de una zona determinada, para que desarrolladores de nuevas viviendas los tomen en cuenta para sus proyectos.

Así, el término “edificio inteligente” no necesariamente hace referencia únicamente a la domotización o automatización del mismo, sino que, teniendo en cuenta un plano mucho más amplio, aporta y se enriquece de datos en tiempo real para una vida más cómoda, tanto de sus habitantes como del entorno que lo rodea (comunidad, ciudad).