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Arquitectura de Los Cabos, un sello único en México

Por: Arq. Jacinto Ávalos

El sello que mejor distingue a Los Cabos no es uno, tiene múltiples aristas que resumimos en dos caras y que son producto de:
El sello que mejor distingue a Los Cabos no es uno, tiene múltiples aristas que resumimos en dos caras y que son producto de:
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– La efervescencia y el gran dinamismo de su economía.

– La rapidez con la cual la construcción va ocupando y modifica el territorio como reflejo del crecimiento económico y el patrón de tenencia de la tierra.

– La falta de articulación de las partes que se dan como mordidas de pirañas en un estanque por falta de planeación e infraestructura.

– Los muy fuertes contrastes excluyentes en calidad, costo y calidad de vida.

– La pluralidad en lenguajes, estilos arquitectónicos y modelos urbanos.

– La fragilidad y vulnerabilidad del medio ambiente y el paisaje.

La arquitectura que se construye en Los Cabos es diversa y contrastante. Su sello oscila entre un extremo definido por su ausencia en la abundante y cruda pobreza, que se quiere olvidar u ocultar, y el sello de la exclusiva y delicada opulencia que vende y aplaude la mercadotecnia turística. Hay entre ambos una gama de sellos producto de una creciente masa que aspira a colocarse en un nivel superior y que no alcanza a lograrlo. Cada uno de estos tres ámbitos tiene un sello que los distingue, y no se diferencian mucho de los que se producen en otras partes del país. Siguen los mismos patrones de producción y de inequidad.

La mayor parte de lo que se construye es mediocre o de mala calidad de diseño y de construcción. La excepción, suele localizarse en la franja costera o está invariablemente asociada a las actividades turísticas, donde es más frecuente encontrar la excelencia dentro de un espectro de altos costos.

Los lenguajes arquitectónicos y la construcción de los tejidos urbanos expresan esa diversidad y reflejan esas imágenes correlativas.

En un extremo del espectro se localiza la arquitectura, ya histórica, heredada de las idílicas imágenes del estilo mexicano californiano de Abelardo Rodríguez y Bud Parr mejor representado por Palmilla con su sello original; y el estilo hacienda, pueblito, palacete mexicano creación del diseñador Arthur Valdes bajo el patrocinio de Don Koll y posteriormente bien o mal imitado por cuanto desarrollo turístico inmobiliario ha seguido esa pauta. Se dice que el mercado es el que dicta los cánones y se continúan perpetuando, aunque cada vez con menor ímpetu.

Recientemente la producción arquitectónica ha roto con esa pauta y hace su aparición el estilo moderno, contemporáneo, de claro perfil comercial, versátil, ajeno al sitio, anodino y francamente arquitectónicamente mediocre en su mayoría.

Raro y escaso es el prototipo de arquitectura auténtica que se pudiera denominar propiamente Cabeña o Baja Californiana. Aquella que se adecua al clima desértico costero, respeta el paisaje y la topografía, que refleja genuinamente una preocupación por ser “ecológica”, “sustentable”, que se integra y que aporta armonía, que es original.

Hay características que subyacen en todas las tendencias que han existido o que se están construyendo y que permiten definir cierto sello de Los Cabos:

– Uso de pérgolas y balcones o terrazas.

– Albercas al infinito.

– Altura de habitaciones con techos cada vez más altos.

– Espacios interiores que fluyen al exterior.

– Uso de patios interiores y de azoteas.

– Paisajismo con vegetación desértica o su opuesto: tropical exuberante, cuando no está ausente.

– Alto consumo energético y automatización.

– Gusto por los mármoles y piedras naturales, en su defecto cerámicas.
– Seguridad y exclusividad con aislamiento.

Pero también hay características de Los Cabos que le imprimen otro sello:

– La vegetación y paisajes naturales en vías de aniquilación.

– La falta y desprecio por el espacio público.

– Las calles sin pavimentación y con mucho polvo después reemplazadas por concreto sin vegetación.

– La falta de equipamiento adecuado y en buen estado.

– La concentración de los centros de abasto lejos de las zonas de consumo de los económicamente más débiles.

– La ausencia de centralidad, autonomía, diversidad de usos y jerarquía en la estructura urbana.

– La falta de agua y drenaje para la población en general, no la de los turistas.
Los lotes baldíos y basureros en la vía pública.

– La infraestructura insuficiente, endeble y visiblemente de mala calidad.
El caos sobre todo cuando llueve o hay huracanes.

– La desintegración social.

Los valores paisajísticos, conforme avanza la mancha urbana, la vorágine urbanizadora, van desapareciendo o se alteran hasta quedar irreconocibles. De los ejemplos más claros de depredación lo son: la cuenca del Chileno, el corredor turístico, el Tezal, el Zacatal o Cabo Fierro. Prácticamente todo el territorio.

Desde el punto de vista urbano contrastan por un lado las áreas de desarrollos turísticos integralmente planeadas donde suele predominar el orden, el control, la consistencia, las reglas de diseño con una imagen férrea y arbitraria y por el otro lado el resto de la mancha urbana, sin importar el nivel socio económico, donde también salta a la vista la falta de respeto a la hidrografía, la topografía, pero se agrava por la ausencia de criterios urbanísticos en el trazo y armado de las vialidades, por los caprichos caóticos de edificios y espacios discordantes. Un concierto cacofónico y caótico.

A pesar de todo ello el sello de Los Cabos es único y afortunado en algunos sentidos.

– La efervescencia y el gran dinamismo de su economía.

– La rapidez con la cual la construcción va ocupando y modifica el territorio como reflejo del crecimiento económico y el patrón de tenencia de la tierra.

– La falta de articulación de las partes que se dan como mordidas de pirañas en un estanque por falta de planeación e infraestructura.

– Los muy fuertes contrastes excluyentes en calidad, costo y calidad de vida.

– La pluralidad en lenguajes, estilos arquitectónicos y modelos urbanos.

– La fragilidad y vulnerabilidad del medio ambiente y el paisaje.

La arquitectura que se construye en Los Cabos es diversa y contrastante. Su sello oscila entre un extremo definido por su ausencia en la abundante y cruda pobreza, que se quiere olvidar u ocultar, y el sello de la exclusiva y delicada opulencia que vende y aplaude la mercadotecnia turística. Hay entre ambos una gama de sellos producto de una creciente masa que aspira a colocarse en un nivel superior y que no alcanza a lograrlo. Cada uno de estos tres ámbitos tiene un sello que los distingue, y no se diferencian mucho de los que se producen en otras partes del país. Siguen los mismos patrones de producción y de inequidad.

La mayor parte de lo que se construye es mediocre o de mala calidad de diseño y de construcción. La excepción, suele localizarse en la franja costera o está invariablemente asociada a las actividades turísticas, donde es más frecuente encontrar la excelencia dentro de un espectro de altos costos.

Los lenguajes arquitectónicos y la construcción de los tejidos urbanos expresan esa diversidad y reflejan esas imágenes correlativas.

En un extremo del espectro se localiza la arquitectura, ya histórica, heredada de las idílicas imágenes del estilo mexicano californiano de Abelardo Rodríguez y Bud Parr mejor representado por Palmilla con su sello original; y el estilo hacienda, pueblito, palacete mexicano creación del diseñador Arthur Valdes bajo el patrocinio de Don Koll y posteriormente bien o mal imitado por cuanto desarrollo turístico inmobiliario ha seguido esa pauta. Se dice que el mercado es el que dicta los cánones y se continúan perpetuando, aunque cada vez con menor ímpetu.

Recientemente la producción arquitectónica ha roto con esa pauta y hace su aparición el estilo moderno, contemporáneo, de claro perfil comercial, versátil, ajeno al sitio, anodino y francamente arquitectónicamente mediocre en su mayoría.

Raro y escaso es el prototipo de arquitectura auténtica que se pudiera denominar propiamente Cabeña o Baja Californiana. Aquella que se adecua al clima desértico costero, respeta el paisaje y la topografía, que refleja genuinamente una preocupación por ser “ecológica”, “sustentable”, que se integra y que aporta armonía, que es original.

Hay características que subyacen en todas las tendencias que han existido o que se están construyendo y que permiten definir cierto sello de Los Cabos:

– Uso de pérgolas y balcones o terrazas.

– Albercas al infinito.

– Altura de habitaciones con techos cada vez más altos.

– Espacios interiores que fluyen al exterior.

– Uso de patios interiores y de azoteas.

– Paisajismo con vegetación desértica o su opuesto: tropical exuberante, cuando no está ausente.

– Alto consumo energético y automatización.

– Gusto por los mármoles y piedras naturales, en su defecto cerámicas.
– Seguridad y exclusividad con aislamiento.

Pero también hay características de Los Cabos que le imprimen otro sello:

– La vegetación y paisajes naturales en vías de aniquilación.

– La falta y desprecio por el espacio público.

– Las calles sin pavimentación y con mucho polvo después reemplazadas por concreto sin vegetación.

– La falta de equipamiento adecuado y en buen estado.

– La concentración de los centros de abasto lejos de las zonas de consumo de los económicamente más débiles.

– La ausencia de centralidad, autonomía, diversidad de usos y jerarquía en la estructura urbana.

– La falta de agua y drenaje para la población en general, no la de los turistas.
Los lotes baldíos y basureros en la vía pública.

– La infraestructura insuficiente, endeble y visiblemente de mala calidad.
El caos sobre todo cuando llueve o hay huracanes.

– La desintegración social.

Los valores paisajísticos, conforme avanza la mancha urbana, la vorágine urbanizadora, van desapareciendo o se alteran hasta quedar irreconocibles. De los ejemplos más claros de depredación lo son: la cuenca del Chileno, el corredor turístico, el Tezal, el Zacatal o Cabo Fierro. Prácticamente todo el territorio.

Desde el punto de vista urbano contrastan por un lado las áreas de desarrollos turísticos integralmente planeadas donde suele predominar el orden, el control, la consistencia, las reglas de diseño con una imagen férrea y arbitraria y por el otro lado el resto de la mancha urbana, sin importar el nivel socio económico, donde también salta a la vista la falta de respeto a la hidrografía, la topografía, pero se agrava por la ausencia de criterios urbanísticos en el trazo y armado de las vialidades, por los caprichos caóticos de edificios y espacios discordantes. Un concierto cacofónico y caótico.

A pesar de todo ello el sello de Los Cabos es único y afortunado en algunos sentidos.

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