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Repensar la ciudad que queremos

Por: Ruysdael Vivanco

¿Cómo podemos reimaginar nuestras ciudades?
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Actualmente las ciudades de américa latina y otras latitudes enfrentan nuevos y desafiantes retos como son: la falta de agua y problemas de saneamiento, sequías e inundaciones derivados de la crisis climática, desigualdad social y racial, manejo de residuos, transporte público de mala calidad, inseguridad, espacio público disociado de los procesos de colaboración de la comunidad en su diseño y acceso a vivienda asequible como resultado de la gentrificación entre otros. ¿Cómo responder a estas demandas desde la planeación y la participación ciudadana activa e incluyente?

Hace unos días fuí invitado a conversar con el grupo de asesores del Municipio de Los Cabos, con la finalidad de exponer ideas sobre la consulta pública que se llevará a cabo para nutrir desde distintas perspectivas la actualización del Programa de Desarrollo Urbano (PDU). Esto me hizo reflexionar en mi intervención, en la cual argumenté que debatir sobre el PDU de Los Cabos es precisamente una extraordinaria oportunidad para imaginar la ciudad que queremos. Si bien un plan de desarrollo urbano podría estar metodológicamente muy bien elaborado; éste termina siendo como una buena receta para cocinar; pero hasta la mejor receta puede dar resultados terribles con un mal cocinero. No es poisble planear una ciudad sin tener claro como primer paso la visión de como queremos que sea; con que calidad de vida y como hacerla funcionar. Si bien en otro espacio hablamos de la buena vida en las ciudades, para logarlo; ¿Cuáles serían las posibles estrategias desde el diseño de la ciudad para reimaginar entornos urbanos incluyentes, sanos, interconectados y resilientes? ¿Qué es lo que hace viable desde esta perspectiva, construir una mejor ciudad: existe una ciudad posible?

Lo posible no es la adaptación a la situación existente sino todo aquello que demandan sectores importantes de la sociedad define Marcelo Corti en su libro La Ciudad Posible. La ciudad posible no es la ideal, ni la más deseable, ni la que puede considerarse perfecta según los cánones establecidos. Para Jordi Borja la ciudad ideal, no solo es imposible; sino que, si lo fuera, sería una ciudad muerta, inmovil, una ciudad fantasmal de ficción; la ciudad de Truman, la Celebration de Walt Disney.

Al respecto, la ciudad posible es, en ese sentido para M. Corti, aquella que podemos y queremos construir con los recursos disponibles y con la voluntad de quienes la habitan. Se compone de una serie de principios a alcanzar: es legible; está adaptada a su entorno; está integrada a su territorio y al mundo; es diversa, estimulante y educativa; abierta, accesible, segura y bella; por último, es eficiente y justa.

Corti va descomponiendo las secuencias del “genoma de la ciudad”. Primero, desde los físico y espacial (categorías como densidad, usos del suelo, trama y tejido urbano, capacidad constructiva, espacio público, infraestructuras, movilidad, etc.), seguido por los aspectos socioeconómicos y culturales (economías urbanas, plusvalías y especulación inmobiliaria, urbanización dispersa, grandes locales comerciales, gentrificación, distritos económicos, industrias creativas, etc.) y, finalmente, por las cuestiones políticas (descentralización, participación ciudadana, metropolización, etc.).

Al modelo de Corti agregaré la dimensión energética vinculada sin duda al cambio climático y sus dramáticos efectos en los entornos urbanos como eje estructurador de la Nueva Agenda Urbana. Todos hemos quedado impactados con las recientes imágenes del Nueva York apocalíptico pintado de naranja por la concentración del humo de los incendios forestales del sur de Canadá.

Como hemos expuesto no se trata de hacer la ciudad posible desde una buena receta sino encontrar los canales y todos los instrumentos para su correcta implementación resultado de un urbanismo ciudadano que emane de planes de acción vinculados a la participación ciudadana desde la gestación de las ideas en la conceptualización de la visión de ciudad que queremos. Se trata de concentrar la mirada en lo que puede ser efectivamente construido y, fundamentalmente, elaborar y desarrollar explícitamente cómo puede ser construido.

No existe una definición única de urbanismo ciudadano. A efectos del presente artículo hemos considerado que es la práctica que promueve los procesos de colaboración entre diferentes actores que influyen en la construcción de la ciudad, en un marco que incentiva la participación de la comunidad en el codiseño de los entornos urbanos (ONU Habitat). Es decir, la ciudad posible es aquella que construimos juntos; con la firme voluntad de mejorar la calidad de vida de los que la habitamos. La Nueva Agenda Urbana (NAU) propone ciudades que “alientan la participación, promueven la colaboración cívica, generan un sentimiento de pertenencia y propiedad entre todos sus habitantes, otorgan prioridad a la creación de espacios públicos seguros, inclusivos, accesibles, verdes y de calidad” (NAU, Hábitat III, 2016).

En conclusión, como arquitectos y urbanistas es elemental mirar al futuro reconociendo el presente como oportunidad viva; a partir de dónde entretejer y construir las posibilidades y respuestas que el diseño de la ciudad contemporánea demanda. No podemos desdeñar el enorme potencial y el poder que tienen la arquitectura y la planeación urbana como herramientas para el cambio social.

Me permito finalmente señalar estas recomendaciones para imaginar la ciudad que queremos; a partir de algunas líneas que podrían desencadenar una serie de estrategias posibles para su construcción y transformación: Por un lado es ya imperativo la generación de propuestas y planes que integren desde su origen acciones puntuales de intervención ante la crisis climática que vivimos, como por ejemplo incorporando soluciones basadas en la naturaleza (NBS); diseñar un sistema o red de espacio público colaborativo por ciudad a partir del concepto de urbanismo ciudadano poniendo a la gente primero como lo establecen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030.

Un espacio público bien diseñado y mantenido promueve la cohesión social, la salud pública, la economía local y el bienestar de toda la ciudadanía. Por último, es fundamental alinear todos estos esfuerzos con las políticas públicas a largo plazo y la gestión urbana; haciendo de la arquitectura y la planeación los articuladores de lo político; donde se conecta, vincula y relaciona lo existente con el futuro de una ciudad posible.

Actualmente las ciudades de américa latina y otras latitudes enfrentan nuevos y desafiantes retos como son: la falta de agua y problemas de saneamiento, sequías e inundaciones derivados de la crisis climática, desigualdad social y racial, manejo de residuos, transporte público de mala calidad, inseguridad, espacio público disociado de los procesos de colaboración de la comunidad en su diseño y acceso a vivienda asequible como resultado de la gentrificación entre otros. ¿Cómo responder a estas demandas desde la planeación y la participación ciudadana activa e incluyente?

Hace unos días fuí invitado a conversar con el grupo de asesores del Municipio de Los Cabos, con la finalidad de exponer ideas sobre la consulta pública que se llevará a cabo para nutrir desde distintas perspectivas la actualización del Programa de Desarrollo Urbano (PDU). Esto me hizo reflexionar en mi intervención, en la cual argumenté que debatir sobre el PDU de Los Cabos es precisamente una extraordinaria oportunidad para imaginar la ciudad que queremos. Si bien un plan de desarrollo urbano podría estar metodológicamente muy bien elaborado; éste termina siendo como una buena receta para cocinar; pero hasta la mejor receta puede dar resultados terribles con un mal cocinero. No es poisble planear una ciudad sin tener claro como primer paso la visión de como queremos que sea; con que calidad de vida y como hacerla funcionar. Si bien en otro espacio hablamos de la buena vida en las ciudades, para logarlo; ¿Cuáles serían las posibles estrategias desde el diseño de la ciudad para reimaginar entornos urbanos incluyentes, sanos, interconectados y resilientes? ¿Qué es lo que hace viable desde esta perspectiva, construir una mejor ciudad: existe una ciudad posible?

Lo posible no es la adaptación a la situación existente sino todo aquello que demandan sectores importantes de la sociedad define Marcelo Corti en su libro La Ciudad Posible. La ciudad posible no es la ideal, ni la más deseable, ni la que puede considerarse perfecta según los cánones establecidos. Para Jordi Borja la ciudad ideal, no solo es imposible; sino que, si lo fuera, sería una ciudad muerta, inmovil, una ciudad fantasmal de ficción; la ciudad de Truman, la Celebration de Walt Disney.

Al respecto, la ciudad posible es, en ese sentido para M. Corti, aquella que podemos y queremos construir con los recursos disponibles y con la voluntad de quienes la habitan. Se compone de una serie de principios a alcanzar: es legible; está adaptada a su entorno; está integrada a su territorio y al mundo; es diversa, estimulante y educativa; abierta, accesible, segura y bella; por último, es eficiente y justa.

Corti va descomponiendo las secuencias del “genoma de la ciudad”. Primero, desde los físico y espacial (categorías como densidad, usos del suelo, trama y tejido urbano, capacidad constructiva, espacio público, infraestructuras, movilidad, etc.), seguido por los aspectos socioeconómicos y culturales (economías urbanas, plusvalías y especulación inmobiliaria, urbanización dispersa, grandes locales comerciales, gentrificación, distritos económicos, industrias creativas, etc.) y, finalmente, por las cuestiones políticas (descentralización, participación ciudadana, metropolización, etc.).

Al modelo de Corti agregaré la dimensión energética vinculada sin duda al cambio climático y sus dramáticos efectos en los entornos urbanos como eje estructurador de la Nueva Agenda Urbana. Todos hemos quedado impactados con las recientes imágenes del Nueva York apocalíptico pintado de naranja por la concentración del humo de los incendios forestales del sur de Canadá.

Como hemos expuesto no se trata de hacer la ciudad posible desde una buena receta sino encontrar los canales y todos los instrumentos para su correcta implementación resultado de un urbanismo ciudadano que emane de planes de acción vinculados a la participación ciudadana desde la gestación de las ideas en la conceptualización de la visión de ciudad que queremos. Se trata de concentrar la mirada en lo que puede ser efectivamente construido y, fundamentalmente, elaborar y desarrollar explícitamente cómo puede ser construido.

No existe una definición única de urbanismo ciudadano. A efectos del presente artículo hemos considerado que es la práctica que promueve los procesos de colaboración entre diferentes actores que influyen en la construcción de la ciudad, en un marco que incentiva la participación de la comunidad en el codiseño de los entornos urbanos (ONU Habitat). Es decir, la ciudad posible es aquella que construimos juntos; con la firme voluntad de mejorar la calidad de vida de los que la habitamos. La Nueva Agenda Urbana (NAU) propone ciudades que “alientan la participación, promueven la colaboración cívica, generan un sentimiento de pertenencia y propiedad entre todos sus habitantes, otorgan prioridad a la creación de espacios públicos seguros, inclusivos, accesibles, verdes y de calidad” (NAU, Hábitat III, 2016).

En conclusión, como arquitectos y urbanistas es elemental mirar al futuro reconociendo el presente como oportunidad viva; a partir de dónde entretejer y construir las posibilidades y respuestas que el diseño de la ciudad contemporánea demanda. No podemos desdeñar el enorme potencial y el poder que tienen la arquitectura y la planeación urbana como herramientas para el cambio social.

Me permito finalmente señalar estas recomendaciones para imaginar la ciudad que queremos; a partir de algunas líneas que podrían desencadenar una serie de estrategias posibles para su construcción y transformación: Por un lado es ya imperativo la generación de propuestas y planes que integren desde su origen acciones puntuales de intervención ante la crisis climática que vivimos, como por ejemplo incorporando soluciones basadas en la naturaleza (NBS); diseñar un sistema o red de espacio público colaborativo por ciudad a partir del concepto de urbanismo ciudadano poniendo a la gente primero como lo establecen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030.

Un espacio público bien diseñado y mantenido promueve la cohesión social, la salud pública, la economía local y el bienestar de toda la ciudadanía. Por último, es fundamental alinear todos estos esfuerzos con las políticas públicas a largo plazo y la gestión urbana; haciendo de la arquitectura y la planeación los articuladores de lo político; donde se conecta, vincula y relaciona lo existente con el futuro de una ciudad posible.

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