Harvard, una experiencia de vida
Por: Ing. Ricardo Reyes
En México, como en todos los países, la suerte le sonríe al más apto, o como dijera Darwin la selección natural de las especies, esta jungla macroeconómica cada vez es más rápida, mayormente demandante e inmediata, exige profesionales no profesionistas, exige gente capaz, seres con capacidades cada vez más multidisciplinarias. Este despertar que se dio con la curiosidad natural de querer saber más, de querer cuestionar lo que no sabía, de cambiar de código postal y hablar el lenguaje de las grandes ligas me llevó a sentir hambre, esa hambre que te da de ver un platillo delicioso que no te alcanza para comprar.
Gracias a Dios y a mi incesante curiosidad, tomé la decisión de comenzar el camino como debe ser, trabajar en el nivel que me corresponde en el tiempo, acompañado de estudio. Así, inicié con algunos cursos de certificación de herramientas específicas de mi profesión, costos y presupuestos, metodologías básicas de estandarización, y algunos softwares básicos de diseño 3D. Esta pequeña ventaja competitiva impulsó mi inquietud de emprendedurismo, al ver resultados monetizables y al saber lo que otros no. Esto me llevó a diplomados cada vez más rimbombantes y complejos, y sin darme cuenta, a la vuelta de algunos años, los certificados y diplomas se fueron alineando en la pared de mi oficina, y pasé de un incipiente título a una serie de reconocimientos; logrados con esfuerzo, desvelos y arrastrar el lápiz.
Hace unas semanas regresé de Boston, específicamente de la Facultad de Negocios de Harvard. Hoy, apenas puedo digerir lo que viví y casi no entiendo como llegué hasta ahí, reflexionando con cuatro compañeros de esta experiencia llegamos a la conclusión de que algo debimos haber hecho bien en nuestras vidas empresariales y profesionales para poder levantar la mano y opinar en uno de los salones de la mejor universidad del mundo.
Todo fue una serie de eventos afortunados y nada fue casualidad, hoy me queda claro. Al salir seleccionado en el programa de alta dirección del IPADE para mi viaje a Harvard, me di cuenta que hasta ahí, ya había ganado. Llegar al IPADE ha sido la mejor experiencia de vida que he tenido. Hasta este punto, ya había ganado verdaderos amigos que más que empresarios realmente exitosos son seres humanos extraordinarios, la calidad y calidez de la gente en este entorno no se puede explicar con palabras, se convierten en tu familia. Todas las demás escuelas que me hicieron llegar aquí sumaron su parte: Tec de Monterrey, Anáhuac, ITAM, etcétera. Dejaron conocimiento y experiencia en mí, pero el IPADE se cuece aparte, hoy aseguro que Dios sabe porque hace las cosas y sin lugar a dudas llegan cuando deben llegar.
Por cierto, en un día de trabajo normal (una clase) en el IPADE, a la primera generación nos tocó participar en el sorteo para los viajes de inmersión internacional el MIT y HARVARD, la verdad eran tan pocos espacios y palabras tan ajenas a mí que ni siquiera tenía emoción pues no sabía lo que significaba. Mi sorpresa fue cuando escuché en una misma frase mi nombre y la palabra Harvard, es decir, había sido seleccionado, aún no sabía lo que significaba, después de varios correos, registros, trámites y, desde luego, el pago que como podrán imaginarse es al mismo nivel del nombre. Al fin llegó la fecha, vuelo listo, maleta lista y un sinfín de pendientes en mi empresa, en el gobierno del cual soy asesor del presidente, y en proyectos en curso que siempre tengo.
Volamos a Boston, la primera impresión fue la de una ciudad muy limpia muy bonita. Aquí, disfruté unas vacaciones de un par de días con mi familia, quienes me acompañaron en esta nueva aventura. Al fin llegó el domingo, mi familia se fue y yo estaba listo para embarcarme en el Uber con dirección al edificio CHAO del Harvard Business School.
Llegué muy temprano, 8:30 horas. Todavía no tocaba la puerta y una persona ya se encontraba abriendo la puerta del Uber. Una más bajaba las maletas y otra, con una sonrisa autentica y sin prisa, me deba la bienvenida en español llamándome por mi nombre completo, me dijo, – lo estábamos esperando -. Al entrar al edificio CHAO, vi un imponente cuadro de la familia con el mismo apellido de la persona que donó el edificio y a un par de señoritas que sin más, me entregaron un paquete de bienvenida, donde se encontraba mi llave y una serie de documentos.
Habían pasado escasos 40 segundos desde que me había bajado del taxi, y ya estaba abriendo, con mi propia llave, las puertas del edificio Mc Arthur, el cual sería mi casa por lo próximos días – ¡vaya impresión! un edificio con sensación de hogar, más bien de casa, sí, sensación ¡de La Casa Blanca! -. Mi llave abría todo. Me mostraron los espacios hasta llegar al nivel 3. Bajando del elevador, se apreciaba un salón que se parecía a mi sala de juntas. Contenía todo lo necesario para lanzar un cohete al espacio y un refrigerador lleno de comida y bebidas.
Inmediatamente después, me mostraron mi habitación. Era sencilla con un impresionante escritorio y con una cama pequeña individual que no te dejaba olvidar que eras un estudiante.
Luego de instalarnos, nos reunimos en un cocktail de bienvenida en el primer nivel del edificio. Inmediatamente, conocimos a nuestros demás compañeros de otras sedes de IPADE en México. De aquí, pasamos a la comida en un comedor espectacular – por cierto, el alimento era muy insípido-.
Pues bien, a lo que venimos, la primera sesión, tremenda impresión para un adicto al estudio como yo, parecía la sede de la ONU, butacas en forma de media luna, múltiples niveles, sillas color rojo ejecutivas, audífonos para cada quien, 5 Pizarrones, 3 proyectores, 3 televisores, muchas cámaras, 3 traductores e intérpretes, un asistente de pizarrón que todo escribía en español, y un impresionante equipo técnico, así empezaba nuestra primera sesión, presentaron a nuestra maestra, una doctora con los máximos honores, profesora de universidades como el MIT, YALE, HARVARD y, según nos dijeron en su introducción, la mejor a nivel mundial en su campo – ¿cómo describir esta experiencia?, placentera, es lo que viene a mi pensamiento-. Para todos aquellos que conocen el método del caso, sabrán que para este punto de la clase habíamos leído más de 100 hojas para llegar preparados al debate del “REINO UNIDO Y EL BREXIT”. El diálogo se dio de forma natural y legítima de escuchar por parte de la doctora. Este debate, a ese nivel, abrió mis ojos y por primera vez sentí un hueco en el estómago al dimensionar en donde estaba y lo afortunado que era. La clase terminó y de camino a mi habitación no pude pensar en otra cosa que no fuera ponerme los tenis y salir a caminar en el campus.
El clima perfecto 24 grados centígrados, el jardín hermoso, conejos y ardillas mis compañeros exploradores, ¡qué lugar, qué perfección! Todo parecía sacado de una película, nada está fuera de su lugar, y es que ¿cómo podría estar fuera de lugar si tiene 400 años de ser así?, cada paso que daba me hacía sentir la vibración tan alta y positiva que tenía ese lugar. De pronto, me di cuenta que había muy pocas personas, ningún signo de autoridad en el campus, nadie te prohíbe nada y muy rápido comprendí que mi gafete era la llave a la historia y al conocimiento, resulta, que de cada 100 solicitudes solo se aceptan 3.7, eso respondía mi cuestión previa, mi llave abría todas las puertas, bibliotecas, salones, tiendas, estadios y todo lo del campus, siempre una sonrisa ligera acompañaba un “Hi”, nadie demostraba superioridad o autoridad de ninguna manera, estaba en un lugar diferente, en donde no era necesario demostrar nada a nadie, en donde eres libre de caminar por donde tú quisieras. Los días continuaron con enormes satisfacciones, al segundo de estos, ya quería salir a caminar, y cruzar el puente para salir del campus y conocer más. Las clases cada día se ponían mejor, los maestros, cada uno con su estilo, ofrecían con una energía única cada una de sus cátedras; nos regalaban y firmaban sus últimos libros, los cuales representaban sus más recientes investigaciones.
Al paso de los días, entendí cosas muy importantes acerca del respeto, la limpieza, el orden y la disciplina, la innovación, y del compañerismo; entendí que siempre podemos desear más; entendí que todo esfuerzo es recompensado con cosas que ni siquiera imaginamos.
Hoy quisiera que todos mis iguales vivieran la misma experiencia que yo, que vivieran y contagiaran a sus organizaciones con la satisfacción que ha dejado en mí una vida dedicada al trabajo y al estudio. El gusto y trascendencia de lo que haces pasa a ser más importante que el dinero mismo, el logro ya no se mide en que compras si no en las experiencias que vives. Hoy no sé qué sigue en mi vida académica, estoy seguro que algo nuevo saldrá, por lo pronto espero regresar cada año a esta casa de estudio que llenó en mi eso que necesitaba, haré lo posible por impulsar a las personas que aprecio para que inviertan en su formación y sin duda pondré en práctica todo lo aprendido.
Al fin, el día del regreso llego, 10 días después de haber salido de mi casa, regresé con un certificado padrísimo, el más importante de mi pared por mucho. Mil fotos con amigos, experiencias de vida, espacios de risa, de análisis, de lágrimas y un profundo sentimiento de respeto llenaron mis maletas.
¿Qué fue lo que sucedió ahí?, aun no lo sé, todavía no lo digiero, pero desde ese día hasta hoy no he fumado, reduje en un 80% el alcohol que tomaba y me di cuenta en mi app que durante estos días caminé como nunca lo había hecho. No vacilo al pensar que el ejemplo tiene un mayor impacto que cualquier otra cosa.
Aún ignoro si mi experiencia explica un poco lo que es estar en la mejor universidad del mundo y de lo que significa estar ahí; lo viví, y si de algo puedo estar seguro es que el conocimiento es poder.
Ricardo Reyes.
En México, como en todos los países, la suerte le sonríe al más apto, o como dijera Darwin la selección natural de las especies, esta jungla macroeconómica cada vez es más rápida, mayormente demandante e inmediata, exige profesionales no profesionistas, exige gente capaz, seres con capacidades cada vez más multidisciplinarias. Este despertar que se dio con la curiosidad natural de querer saber más, de querer cuestionar lo que no sabía, de cambiar de código postal y hablar el lenguaje de las grandes ligas me llevó a sentir hambre, esa hambre que te da de ver un platillo delicioso que no te alcanza para comprar.
Gracias a Dios y a mi incesante curiosidad, tomé la decisión de comenzar el camino como debe ser, trabajar en el nivel que me corresponde en el tiempo, acompañado de estudio. Así, inicié con algunos cursos de certificación de herramientas específicas de mi profesión, costos y presupuestos, metodologías básicas de estandarización, y algunos softwares básicos de diseño 3D. Esta pequeña ventaja competitiva impulsó mi inquietud de emprendedurismo, al ver resultados monetizables y al saber lo que otros no. Esto me llevó a diplomados cada vez más rimbombantes y complejos, y sin darme cuenta, a la vuelta de algunos años, los certificados y diplomas se fueron alineando en la pared de mi oficina, y pasé de un incipiente título a una serie de reconocimientos; logrados con esfuerzo, desvelos y arrastrar el lápiz.
Hace unas semanas regresé de Boston, específicamente de la Facultad de Negocios de Harvard. Hoy, apenas puedo digerir lo que viví y casi no entiendo como llegué hasta ahí, reflexionando con cuatro compañeros de esta experiencia llegamos a la conclusión de que algo debimos haber hecho bien en nuestras vidas empresariales y profesionales para poder levantar la mano y opinar en uno de los salones de la mejor universidad del mundo.
Todo fue una serie de eventos afortunados y nada fue casualidad, hoy me queda claro. Al salir seleccionado en el programa de alta dirección del IPADE para mi viaje a Harvard, me di cuenta que hasta ahí, ya había ganado. Llegar al IPADE ha sido la mejor experiencia de vida que he tenido. Hasta este punto, ya había ganado verdaderos amigos que más que empresarios realmente exitosos son seres humanos extraordinarios, la calidad y calidez de la gente en este entorno no se puede explicar con palabras, se convierten en tu familia. Todas las demás escuelas que me hicieron llegar aquí sumaron su parte: Tec de Monterrey, Anáhuac, ITAM, etcétera. Dejaron conocimiento y experiencia en mí, pero el IPADE se cuece aparte, hoy aseguro que Dios sabe porque hace las cosas y sin lugar a dudas llegan cuando deben llegar.
Por cierto, en un día de trabajo normal (una clase) en el IPADE, a la primera generación nos tocó participar en el sorteo para los viajes de inmersión internacional el MIT y HARVARD, la verdad eran tan pocos espacios y palabras tan ajenas a mí que ni siquiera tenía emoción pues no sabía lo que significaba. Mi sorpresa fue cuando escuché en una misma frase mi nombre y la palabra Harvard, es decir, había sido seleccionado, aún no sabía lo que significaba, después de varios correos, registros, trámites y, desde luego, el pago que como podrán imaginarse es al mismo nivel del nombre. Al fin llegó la fecha, vuelo listo, maleta lista y un sinfín de pendientes en mi empresa, en el gobierno del cual soy asesor del presidente, y en proyectos en curso que siempre tengo.
Volamos a Boston, la primera impresión fue la de una ciudad muy limpia muy bonita. Aquí, disfruté unas vacaciones de un par de días con mi familia, quienes me acompañaron en esta nueva aventura. Al fin llegó el domingo, mi familia se fue y yo estaba listo para embarcarme en el Uber con dirección al edificio CHAO del Harvard Business School.
Llegué muy temprano, 8:30 horas. Todavía no tocaba la puerta y una persona ya se encontraba abriendo la puerta del Uber. Una más bajaba las maletas y otra, con una sonrisa autentica y sin prisa, me deba la bienvenida en español llamándome por mi nombre completo, me dijo, – lo estábamos esperando -. Al entrar al edificio CHAO, vi un imponente cuadro de la familia con el mismo apellido de la persona que donó el edificio y a un par de señoritas que sin más, me entregaron un paquete de bienvenida, donde se encontraba mi llave y una serie de documentos.
Habían pasado escasos 40 segundos desde que me había bajado del taxi, y ya estaba abriendo, con mi propia llave, las puertas del edificio Mc Arthur, el cual sería mi casa por lo próximos días – ¡vaya impresión! un edificio con sensación de hogar, más bien de casa, sí, sensación ¡de La Casa Blanca! -. Mi llave abría todo. Me mostraron los espacios hasta llegar al nivel 3. Bajando del elevador, se apreciaba un salón que se parecía a mi sala de juntas. Contenía todo lo necesario para lanzar un cohete al espacio y un refrigerador lleno de comida y bebidas.
Inmediatamente después, me mostraron mi habitación. Era sencilla con un impresionante escritorio y con una cama pequeña individual que no te dejaba olvidar que eras un estudiante.
Luego de instalarnos, nos reunimos en un cocktail de bienvenida en el primer nivel del edificio. Inmediatamente, conocimos a nuestros demás compañeros de otras sedes de IPADE en México. De aquí, pasamos a la comida en un comedor espectacular – por cierto, el alimento era muy insípido-.
Pues bien, a lo que venimos, la primera sesión, tremenda impresión para un adicto al estudio como yo, parecía la sede de la ONU, butacas en forma de media luna, múltiples niveles, sillas color rojo ejecutivas, audífonos para cada quien, 5 Pizarrones, 3 proyectores, 3 televisores, muchas cámaras, 3 traductores e intérpretes, un asistente de pizarrón que todo escribía en español, y un impresionante equipo técnico, así empezaba nuestra primera sesión, presentaron a nuestra maestra, una doctora con los máximos honores, profesora de universidades como el MIT, YALE, HARVARD y, según nos dijeron en su introducción, la mejor a nivel mundial en su campo – ¿cómo describir esta experiencia?, placentera, es lo que viene a mi pensamiento-. Para todos aquellos que conocen el método del caso, sabrán que para este punto de la clase habíamos leído más de 100 hojas para llegar preparados al debate del “REINO UNIDO Y EL BREXIT”. El diálogo se dio de forma natural y legítima de escuchar por parte de la doctora. Este debate, a ese nivel, abrió mis ojos y por primera vez sentí un hueco en el estómago al dimensionar en donde estaba y lo afortunado que era. La clase terminó y de camino a mi habitación no pude pensar en otra cosa que no fuera ponerme los tenis y salir a caminar en el campus.
El clima perfecto 24 grados centígrados, el jardín hermoso, conejos y ardillas mis compañeros exploradores, ¡qué lugar, qué perfección! Todo parecía sacado de una película, nada está fuera de su lugar, y es que ¿cómo podría estar fuera de lugar si tiene 400 años de ser así?, cada paso que daba me hacía sentir la vibración tan alta y positiva que tenía ese lugar. De pronto, me di cuenta que había muy pocas personas, ningún signo de autoridad en el campus, nadie te prohíbe nada y muy rápido comprendí que mi gafete era la llave a la historia y al conocimiento, resulta, que de cada 100 solicitudes solo se aceptan 3.7, eso respondía mi cuestión previa, mi llave abría todas las puertas, bibliotecas, salones, tiendas, estadios y todo lo del campus, siempre una sonrisa ligera acompañaba un “Hi”, nadie demostraba superioridad o autoridad de ninguna manera, estaba en un lugar diferente, en donde no era necesario demostrar nada a nadie, en donde eres libre de caminar por donde tú quisieras. Los días continuaron con enormes satisfacciones, al segundo de estos, ya quería salir a caminar, y cruzar el puente para salir del campus y conocer más. Las clases cada día se ponían mejor, los maestros, cada uno con su estilo, ofrecían con una energía única cada una de sus cátedras; nos regalaban y firmaban sus últimos libros, los cuales representaban sus más recientes investigaciones.
Al paso de los días, entendí cosas muy importantes acerca del respeto, la limpieza, el orden y la disciplina, la innovación, y del compañerismo; entendí que siempre podemos desear más; entendí que todo esfuerzo es recompensado con cosas que ni siquiera imaginamos.
Hoy quisiera que todos mis iguales vivieran la misma experiencia que yo, que vivieran y contagiaran a sus organizaciones con la satisfacción que ha dejado en mí una vida dedicada al trabajo y al estudio. El gusto y trascendencia de lo que haces pasa a ser más importante que el dinero mismo, el logro ya no se mide en que compras si no en las experiencias que vives. Hoy no sé qué sigue en mi vida académica, estoy seguro que algo nuevo saldrá, por lo pronto espero regresar cada año a esta casa de estudio que llenó en mi eso que necesitaba, haré lo posible por impulsar a las personas que aprecio para que inviertan en su formación y sin duda pondré en práctica todo lo aprendido.
Al fin, el día del regreso llego, 10 días después de haber salido de mi casa, regresé con un certificado padrísimo, el más importante de mi pared por mucho. Mil fotos con amigos, experiencias de vida, espacios de risa, de análisis, de lágrimas y un profundo sentimiento de respeto llenaron mis maletas.
¿Qué fue lo que sucedió ahí?, aun no lo sé, todavía no lo digiero, pero desde ese día hasta hoy no he fumado, reduje en un 80% el alcohol que tomaba y me di cuenta en mi app que durante estos días caminé como nunca lo había hecho. No vacilo al pensar que el ejemplo tiene un mayor impacto que cualquier otra cosa.
Aún ignoro si mi experiencia explica un poco lo que es estar en la mejor universidad del mundo y de lo que significa estar ahí; lo viví, y si de algo puedo estar seguro es que el conocimiento es poder.
Ricardo Reyes.
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