Urbanismo, o la administración del caos
Por: Armando Sánchez Salcido
Al urbanista se le pide lo que parece imposible en el mundo moderno, poner orden.
Cada vez resulta más frustrante llevar a cabo la tarea de planificar, diseñar, rediseñar, adecuar y eficientizar los espacios urbanos, buscando que, por un lado, sean sustentables y, por el otro, puedan reconciliar lo que es irreconciliable, priorizar el beneficio colectivo por sobre el interés particular. Ganancias económicas versus utilidad pública.
En algunas ocasiones, existe la posibilidad de diseñar desde cero un asentamiento humano, como si fuese un lienzo en blanco, a esto se le llama ciudad planificada y es producto de un programa urbanístico global y depende de una decisión administrativa y no del movimiento natural de la población. En otras ocasiones, los profesionales de la planificación urbana tienen que rediseñar los espacios ya construidos y lidiar con intereses encontrados, disputas por la tenencia de la tierra, restricciones presupuestarias, limitantes naturales como la topografía, las condiciones del suelo, o los ordenamientos municipales y de protección al medio ambiente. Entre otros muchos obstáculos y dificultades.
Contrario a lo que se piensa, en la actualidad es más desafiante planificar con éxito una ciudad y cumplir con la mayor parte de los objetivos sociales, la sustentabilidad, la eficiencia y la reducción de las emisiones de carbón.
La cruda realidad es que los logros en esta batalla son pírricos. Al final de toda la gestión de planificación urbana, en relación con el costo beneficio para las comunidades en ciertos lugares, lo que predomina es la insatisfacción y el desaliento. Especial mención merecen las grandes concentraciones humanas de países en vías de desarrollo.
El crecimiento exponencial de la población y la constante migración de la gente del campo a la ciudad compromete cualquier esfuerzo para tener ciudades bien planificadas. Según Hábitat para la Humanidad, actualmente el 55% de la población mundial vive en una ciudad y para el año 2050, 7 de cada 10 personas estarán viviendo de este modo.
De acuerdo con datos de la OMS/ UNICEF, aproximadamente 670 millones de personas defecan al aire libre, especialmente en países subdesarrollados de América Latina y el Caribe, Asía, África, Oriente medio, y alrededor de 2,000 millones de personas no tienen acceso a servicios de agua potable. 3,600 millones carecen de drenaje y saneamiento seguros, de acuerdo con información publicada por el Banco Mundial.
Y por si todo lo anterior no fuera suficiente para causarle dolores de cabeza a los urbanistas, ahora tenemos que hacerle frente al cambio climático que provoca inundaciones bíblicas, tornados y huracanes impredecibles, deslaves, sequias, ventiscas y un rosario de desastres naturales.
Pero no se desesperen, todavía se puede poner peor. Estamos a las puertas de otra recesión económica mundial y en medio de una guerra en Europa de pronóstico reservado.
Este 8 de noviembre se celebra el día mundial del urbanismo, fecha que da pauta para ponderar lo valioso que es y será el esfuerzo de los urbanistas para poder contener, o cuando menos administrar mejor, el caos urbano que amenaza con devorar nuestras ciudades.
Lejos de permitir que reine el desaliento, debemos ver a los urbanistas como los cuerpos de rescate que requieren las ciudades modernas y apreciar el valioso aporte que hacen para que vivamos mejor.
Al urbanista se le pide lo que parece imposible en el mundo moderno, poner orden.
Cada vez resulta más frustrante llevar a cabo la tarea de planificar, diseñar, rediseñar, adecuar y eficientizar los espacios urbanos, buscando que, por un lado, sean sustentables y, por el otro, puedan reconciliar lo que es irreconciliable, priorizar el beneficio colectivo por sobre el interés particular. Ganancias económicas versus utilidad pública.
En algunas ocasiones, existe la posibilidad de diseñar desde cero un asentamiento humano, como si fuese un lienzo en blanco, a esto se le llama ciudad planificada y es producto de un programa urbanístico global y depende de una decisión administrativa y no del movimiento natural de la población. En otras ocasiones, los profesionales de la planificación urbana tienen que rediseñar los espacios ya construidos y lidiar con intereses encontrados, disputas por la tenencia de la tierra, restricciones presupuestarias, limitantes naturales como la topografía, las condiciones del suelo, o los ordenamientos municipales y de protección al medio ambiente. Entre otros muchos obstáculos y dificultades.
Contrario a lo que se piensa, en la actualidad es más desafiante planificar con éxito una ciudad y cumplir con la mayor parte de los objetivos sociales, la sustentabilidad, la eficiencia y la reducción de las emisiones de carbón.
La cruda realidad es que los logros en esta batalla son pírricos. Al final de toda la gestión de planificación urbana, en relación con el costo beneficio para las comunidades en ciertos lugares, lo que predomina es la insatisfacción y el desaliento. Especial mención merecen las grandes concentraciones humanas de países en vías de desarrollo.
El crecimiento exponencial de la población y la constante migración de la gente del campo a la ciudad compromete cualquier esfuerzo para tener ciudades bien planificadas. Según Hábitat para la Humanidad, actualmente el 55% de la población mundial vive en una ciudad y para el año 2050, 7 de cada 10 personas estarán viviendo de este modo.
De acuerdo con datos de la OMS/ UNICEF, aproximadamente 670 millones de personas defecan al aire libre, especialmente en países subdesarrollados de América Latina y el Caribe, Asía, África, Oriente medio, y alrededor de 2,000 millones de personas no tienen acceso a servicios de agua potable. 3,600 millones carecen de drenaje y saneamiento seguros, de acuerdo con información publicada por el Banco Mundial.
Y por si todo lo anterior no fuera suficiente para causarle dolores de cabeza a los urbanistas, ahora tenemos que hacerle frente al cambio climático que provoca inundaciones bíblicas, tornados y huracanes impredecibles, deslaves, sequias, ventiscas y un rosario de desastres naturales.
Pero no se desesperen, todavía se puede poner peor. Estamos a las puertas de otra recesión económica mundial y en medio de una guerra en Europa de pronóstico reservado.
Este 8 de noviembre se celebra el día mundial del urbanismo, fecha que da pauta para ponderar lo valioso que es y será el esfuerzo de los urbanistas para poder contener, o cuando menos administrar mejor, el caos urbano que amenaza con devorar nuestras ciudades.
Lejos de permitir que reine el desaliento, debemos ver a los urbanistas como los cuerpos de rescate que requieren las ciudades modernas y apreciar el valioso aporte que hacen para que vivamos mejor.
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