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Un mundo desechable

Por: Armando Sánchez Salcido

El siglo pasado se caracterizó, entre otras cosas, por heredarnos la cultura del despilfarro, pues como humanidad, en menos de cien años, nos hemos hundido en una vorágine de consumo que reclama cada día millones de toneladas de productos que necesitamos para nuestra vida cotidiana.

Mientras en 1920 la población rondaba los 1,800 millones de personas, se estima que para el 15 de noviembre de 2022 la población mundial llegará a los 8,000 millones de individuos, según el World Population Prospects 2022.

Esta gigantesca masa de seres vivientes demanda para su subsistencia diaria, alimentos industrializados, ropa, calzado, vivienda, mobiliario, medicinas, aparatos electrónicos y un sinfín de otros productos; y la gran mayoría están elaborados utilizando plástico.

De acuerdo con el instituto Plastics Europe, los usos del plástico se distribuyen de la siguiente manera; el más común es empaques y almacenamiento, que representan casi el 40% del total. Después, se encuentra el uso para la industria de la construcción con 20.3% del total, en el tercer lugar de la lista, se ubica uno de los sectores más dinámicos a nivel mundial, el automotor.

Esta tendencia a sustituir por plástico materiales como madera, vidrio, metal, papel y fibras naturales, acrecentada después de la II Guerra Mundial, ha provocado que, en la actualidad, estemos padeciendo la mayor contaminación del planeta. Literalmente, estamos inundados de este tipo de desechos sólidos que se pueden encontrar hasta en los lugares más remotos e inaccesibles.

Estamos viviendo el reino de la obsolescencia, los productos no acaban de salir de la línea de producción y los nuevos modelos ya están listos para sustituirlos a la mayor brevedad.

La fea costumbre de “úsese y tírese” nos impide pensar en reutilizar los productos de una forma más eficiente. Por su parte, estamos condicionados a estar siempre buscando lo más nuevo, lo último, creándonos necesidades psicológicas que nos imponen adicciones consumistas.

Es normal que las sociedades estén en constante cambio, optimizando la producción de todo lo que necesitamos para vivir; así ha sido desde la edad de piedra. Es una condición inherente del ser humano. Lo que resulta aberrante hoy, es nuestra manifiesta incapacidad de poder manejar nuestros residuos sólidos, nos parecemos al aprendiz de mago de la película de Disney, Fantasía, que no puede controlar las fuerzas que ha desatado.

De seguir por este camino muy pronto estaremos en un viaje sin retorno. Los mares, convertidos en vertederos de residuos plásticos, están llegando a un punto de saturación que podrían hacer colapsar diversos ecosistemas. Si eso pasa, entonces si estaremos en serios problemas.

¿O ya lo estamos?

De acuerdo con la Gaceta de la UNAM, Trece millones de toneladas de plástico llegan al mar cada año.

El incremento de la población traerá como consecuencia lógica un aumento en la cantidad de plásticos que se habrán de desechar y no se ve claramente una estrategia global, entre los gobiernos y los grandes productores de plásticos, para mitigar esta situación. Hacen falta muchas medidas internacionales para revertir lo que está pasando. Las que se han desplegado hasta la fecha, es evidente que han fracasado.

Si entre todos generamos esta cultura del consumo responsable y exigimos a fabricantes y gobiernos que se tomen en serio las políticas de reciclaje – menos del 17% de los plásticos se reciclan Greenpeace – podremos darnos una segunda oportunidad para que nuestro medio ambiente sea sano y sustentable.

Nuestro mundo no es desechable.

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